Hemos sufrido un maremoto y nos pilló en el mar. A duras penas estamos saliendo a flote, y la desescalada, como un sistema de descompresión, nos permite acercarnos con seguridad a la superficie progresivamente para finalmente tomar algo de oxígeno después de muchos días de angustia en las profundidades de un océano desconocido. Normalizar la situación es difícil, aún muchas familias siguen sufriendo las consecuencias por el cambio laboral en los adultos y académico en los niños y jóvenes debido a la cuarentena. Nuestros horarios, tareas o responsabilidades, alimentación, ejercicio físico, sueño y estabilidad económica, entre otras, fueron zarandeados con tanta ola. Emociones como el miedo, el enfado y la tristeza, sentidas con moderación, han sido nuestras mejores armas de defensa contra la amenaza del navío COVID-19 y su artillería ¿no crees? El miedo nos ha impulsado a cuidarnos y seguir el protocolo de prevención, el enfado para solicitar amablemente que otros hagan lo mismo por uno, por los nuestros y la comunidad, y la tristeza nos ha animado a reflexionar sobre cómo es nuestra vida y cómo en realidad nos gustaría que fuera. Sin embargo, recuerdo que una paciente mencionó en mi consulta, “el mundo de Mister Wonderful no es real”, y tenía razón. La intensidad de las emociones en estos últimos meses ha sido variable, y cuando ésta se ha elevado demasiado, las emociones se vuelven contra nosotros, nos arrastran a un lugar donde resulta muy complicado respirar, ver las cosas con claridad, ubicarse y gestionarse.

Nuevas olas

Cuando esperábamos con ansia el anuncio de la evolución hacia las diferentes fases de mayor libertad, ahora que se acercaba la anhelada normalidad con la llegada del verano y nos disponíamos de nuevo a tomar el control del timón y a recuperar el rumbo… sufrimos la cuarta ola de la pandemia, cuando aún estábamos cogiendo resuello tras el revolcón angustioso de las tres olas previas. Según el médico intensivista americano Victor Tseng la primera ola se refiere al momento en que comenzamos a ser testigos de la mortalidad del virus, la segunda ola, la relativa a la saturación sanitaria y escasez de recursos para afrontar los cuidados de otras patologías y la tercera ola, la referente a la interrupción de la atención de enfermos crónicos. Esta cuarta ola a la que hacemos frente es la de afrontar las secuelas psicológicas, cuyo impacto alcanza a toda la población con o sin enfermedades físicas o mentales previas.

Estragos en la salud mental

El Colegio Oficial de Psicólogos de Santa Cruz de Tenerife, con el inicio del confinamiento, en previsión del impacto psicológico de la situación de emergencia sanitaria, entre otras medidas, pone a disposición de la ciudadanía un servicio gratuito de atención psicológica telefónica. Más de 2000 llamadas han sido realizadas por los psicólogos voluntarios a personas que han necesitado un acompañamiento especial en estos últimos meses. Datos como éstos respaldan afirmaciones como la que realiza el pasado 14 de mayo el director Tedros Adhanom de la Organización Mundial de la Salud en un comunicado de prensa: “los efectos de la pandemia en la salud mental están siendo sumamente preocupantes”

El virus y el confinamiento ha causado estragos, de eso no nos queda la menor duda a estas alturas, sin embargo parece que preocuparse por el peso y hablar de él como tema central de nuestras preocupaciones respecto a las consecuencias de la cuarentena puede resultar vergonzoso de reconocer para quien lo padece y cómico, ofensivo e incluso hasta irrelevante para quien no lo sufre. Si estas leyendo estas líneas es probable que para ti no sea una cuestión insustancial y realmente tu relación con la comida y el cuerpo en este tiempo te hayan generado un incómodo malestar. Hemos pasado mucho tiempo en el hogar y el acceso a la comida era rápido, pero no demasiado motivadora la idea de hacer ejercicio en casa, cuyo inevitable aumento de peso ha sido uno de los asuntos sobre los que más han versado las conversaciones informales entre amigos y familiares. Las emociones que han aflorado durante este tiempo han podido impulsarnos con gran probabilidad hacia la comida o el consumo de alcohol, generando o acentuando un problema con repercusiones para el cuerpo.

Factor psicológico del peso

El peso no es solo un problema desde la perspectiva de salud física, sino también de salud mental.  Vergüenza en el reencuentro con los familiares y conocidos, evitar lugares como la playa o gimnasios, el uso de prendas veraniegas, así como el control excesivo del peso en una báscula, la culpa en la ingesta de alimentos apetecibles, y el deseo constante de reducir el consumo o aumentar el gasto calórico pueden ser algunas de las experiencias más comunes en la actualidad entre aquellos que prestan mucha importancia a sus cambios corporales. Una elevada insatisfacción corporal y su correspondiente malestar psicológico puede disparar un deseo irrefrenable por paliar los efectos de la cuarentena en nuestro cuerpo llevándonos a tomar medidas drásticas y peligrosas para nuestra salud integral, especialmente en estos momentos que se acerca el verano. Recurrir a dietas milagros sólo será como intentar reparar una brecha en la base del barco con un parche para una zodiac. 

Tras un largo periodo de aislamiento, la reflexión puede convertirse en un gran recurso para el autoconocimiento. Ahondar sobre los motivos que nos llevan a obsesionarnos con el cuerpo y con la comida hasta el punto de atentar contra nosotros mismos puede ser la clave para romper ese círculo de vicioso, cuya solución se termina convirtiendo en el problema: hacer dieta (en el sentido restrictivo de la palabra).

Autora: Raquel Santana (Psicóloga - Clinica Varos)
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